La tala y quema de florestas libera el carbono acumulado en los árboles, lo que convierte la deforestación en el principal impulsor de las emisiones brasileñas. Comprende el proceso paso a paso.
Autora: Meghie Rodrigues
Por sí solo, el sector de cambio de uso de la tierra, representa cerca de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero en Brasil, según el Sistema de Estimaciones de Emisiones y Remociones de Gases de Efecto Invernadero (SEEG). Como la deforestación es la principal responsable de ese cambio de uso – cuando una zona forestal se transforma en pastizal, por ejemplo – también constituye la mayor fuente de emisiones de dióxido de carbono en el país.
¿Pero de qué hablamos cuando decimos que, en Brasil, la deforestación es la actividad que más libera dióxido de carbono a la atmósfera? En términos prácticos, ¿qué tiene que ver la caída de un árbol con el cambio climático?
La biología explica
“Antes que nada, es importante tener en cuenta que los árboles y plantas no almacenan dióxido de carbono”, dice el biólogo Giuliano Locosselli, investigador del Laboratorio de Biogeoquímica Ambiental del Centro de Energía Nuclear en la Agricultura de la Universidad de São Paulo (CENA – USP). En lugar de CO2, los árboles almacenan carbono transformado en grandes moléculas que sirven de fuente de sostenimiento y energía, añade el investigador.
Más específicamente: al igual que los humanos y otros animales, los árboles conservan el carbono principalmente en forma de carbohidratos (una combinación de carbono, hidrógeno y oxígeno), explica Ana Carolina Loss, profesora en el programa de posgrado en biología animal de la Universidad Federal de Espírito Santo (UFES). Un ejemplo es el almidón, que proporciona energía y sirve de alimento para las plantas, o la celulosa y la lignina, que estructuran el tronco, explica la profesora.
Es en el tronco, de hecho, donde se concentra buena parte del carbono que hay en un árbol, dice Locosselli. “Cerca de la mitad del carbono de un árbol está en el tronco – casi todo cumple la función de sostener, pero una pequeña parte se almacena en forma de aceite y almidón, que actúan como una especie de reserva de emergencia de la planta”, explica. Una pequeña parte del carbono total – entre el 1% y el 5% – se destina a las hojas, el resto se distribuye entre el tronco y las raíces.
Cuanto más viejo y grande es el árbol, más carbono tiene almacenado. “Imagina la cantidad de carbono que tienen los árboles gigantes y centenarios de la Amazonía. Perderlos sería como lanzar una bomba de carbono sobre la atmósfera. Por eso es tan importante conservar la región”, señala Loss.
¿Pero qué pasa con el gas carbónico?
Si un árbol vivo es un almacén de carbono, el dióxido de carbono solo surge cuando ese almacén muere y se degrada.
Según Divino Silvério, experto en ecología de florestas y profesor en la Universidad Federal Rural de la Amazonía (UFRA), la muerte de los árboles puede generar dióxido de carbono de dos maneras: por la quema y por la descomposición natural.
La quema, explica Silvério, genera una reacción química en cadena que tiene al CO2 como uno de sus principales productos. “Esa reacción química rompe las grandes moléculas de carbono, reduciéndolas a moléculas más pequeñas, que se unen al oxígeno presente en el fuego y forman el dióxido de carbono”, señala el experto. Prácticamente todo el carbono retenido en un árbol se transforma en CO2 durante ese proceso: mientras haya madera y hoja que quemar, habrá carbono disponible.
El proceso es un poco distinto en el caso de la descomposición natural, la otra manera por la cual la muerte de los árboles resulta en la liberación de dióxido de carbono. “Cuando está vivo, el árbol tiene una especie de sistema inmunológico en funcionamiento que impide que hongos y bacterias lo degraden. Cuando muere, los microorganismos entran en acción”, señala Lucas Mendes, experto en microbiota del suelo e investigador del CENA-USP.
Los hongos surgen primero, liberando una enzima que “deglute” la celulosa y la lignina, rompiendo estas moléculas en pequeñas partes para alimentarse de ellas. “Es una de las cosas más difíciles de lograr. Sería mucho más fácil producir combustibles verdes si fuéramos tan eficientes como esos hongos, bromea Locosselli.
El trabajo de los hongos facilita el de las bacterias que se alimentan de esas moléculas parcialmente procesadas. En este proceso, es a partir de la respiración de esos hongos y bacterias que surge el dióxido de carbono liberado a la atmósfera. “Cerca del 70% del carbono de ese árbol se convierte en CO2. El otro 30% queda retenido en esos microorganismos. Cuando mueren, se transforman en una necromasa con restos de lípido de membrana celular que se adhieren a los minerales presentes en los granos de tierra y quedan allí, como carbono estable”, explica Mendes. Es el resto de carbonado no transformado en CO2 que terfiliza el suelo de las florestas y facilita el surgimiento de otras plantas.
El problema es que cuando hablamos de deforestación en Brasil, casi nunca hablamos del proceso de degradación natural que libera el dióxido de carbono a la atmósfera poco a poco, muy lentamente. Sin mencionar la cuestión del volumen. “El fuego reduce a días un proceso que tarda décadas — dependiendo del tamaño del árbol, incluso siglos — en ocurrir, advierte Silvério.
Este reportaje fue producido por InfoAmazonia, a través de la Cobertura Colaborativa Socioambiental de la COP 30. Lee el reportaje original en: https://infoamazonia.org/2025/11/10/como-o-desmatamento-converte-arvores-em-carbono-na-atmosfera/













